Rarotonga, un Pez Llamado Picasso y una Lección de Libertad
Llegar a Rarotonga es como ser abrazada por el océano.
La isla, rodeada por una barrera de coral que la envuelve como un manto protector, te transmite una sensación de paz única, como si la Tierra estuviera acogiendo a sus habitantes y visitantes con un cariño ancestral. Las casas, modestas en su forma, se alinean tranquilas junto al mar, sus tejados de madera son testigos de una vida simple y profunda, como si, al estar en contacto con la naturaleza, hubieran aprendido de ella a encontrar la belleza en lo esencial.
Recibí a la isla con una corona de flores que, como un gesto sagrado, me introdujo al ritmo de su gente. Las danzas, los totems, las sonrisas… todo en Rarotonga parecía tener un propósito, una conexión profunda con la Tierra.
De niña, el mar era mi mayor fascinación y, al mismo tiempo, un lugar lleno de límites. "Solo en la orilla", me decían mis papás. La protección de mis padres, aunque amorosa, venía acompañada de un mensaje que escuchaba una y otra vez: "Eso no es para las niñas". Mientras mis primos y hermanos nadaban libres, yo me quedaba en la arena, deseando explorar lo que se escondía más allá de las olas.
Esa primera vez que me dejaron hacer algo diferente fue en Cartagena, buceando. Fue un logro, pero también una prueba de mis propios límites. Mi mamá, que accedió a acompañarme aunque no le gustaba la idea, terminó teniendo un muy mal momento, y yo me quedé con una mezcla de culpa y alegría, aprendiendo a esconder mi felicidad para no incomodar a los demás. Sabes... cómo decir que quisieras más cuando tu mamá casi se ahoga por tratar de decirte bajo el agua que te acuerdes que tu tuviste otitis cuando pequeña!
Pasaron años hasta que, siendo adulta, pude enfrentar esas voces internas que me decían esto no es para tí.
Hacer snorkel en Rarotonga fue diferente. Al estar rodeada de peces de colores, corales y tortugas, me sentí libre de la necesidad de justificarme, de preocuparme por lo que otros pensaran o por cumplir con las expectativas. Ya grande y sin saber muy bien como se usaba un snorkel, me lance al cálido y transparente mar, que me recibió con el mismo amor que los corales abrazan la isla. Fue un regalo que me di a mí misma: estar presente, disfrutar, ser libre.
Y fue allí, bajo el agua, donde pasé horas nadando junto a un pez de colores brillantes y extraña belleza, que me cautivó con su movimiento armonioso. Estuve con él tanto tiempo que al salir del agua, sentí que su presencia seguía conmigo. No fue sino hasta días después, mientras veía con mi hijo Salvador un mapa de los peces y sus nombres, que descubrí que ese pez se llamaba Picasso. En ese momento, todo cobró sentido: ¡Era como si ese pez hubiera sido un mensaje directo para mí! que en ese momento aún pesaba que tal vez yo no era suficientemente buena para considerarme una artista.
A diferencia de aquella ocasión de buceo en Cartagena, donde la sensación de libertad estaba impregnada de dudas y culpas, esta vez me sentí completamente distinta. El pez Picasso me recordó la libertad que ahora tengo para ser quien soy, sin preocuparme por lo que "debería ser". Como artista, como mujer, como madre, hoy soy libre para fluir, para disfrutar del simple hecho de ser. Finalmente el arte no necesita permiso, solo expresión.
A veces, lo que creemos que "deberíamos ser" nos detiene de ser quienes realmente somos. A veces, nos cuesta soltarnos, liberarnos del miedo al juicio, del peso de lo que otros esperan de nosotras. ¿Te has detenido alguna vez a pensar cuántas veces te has guardado para no incomodar o para cumplir con expectativas ajenas?
Al igual que yo, tal vez hay momentos en los que sientes que no tienes permiso para explorar lo que realmente deseas. Pero te invito a recordar que el mar, en su vastedad, no tiene límites. Que el arte, como la vida, no debe ser contenido por normas. ¿Qué pasaría si te dieras permiso para ser tú misma sin filtros ni restricciones?
Por eso quiero dejarte este ejercicio creativo, que puedes hacer usando tus cuadernos Lefay o cualquier papel que tengas a mano:
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Dibuja o pinta un pez que represente la libertad que sientes cuando eres tú misma, sin miedo a los juicios. Deja que los colores fluyan libremente, como una expresión de tu ser más auténtico.
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Escribe junto a el ¿Qué aspectos de mí misma aún siento que debo esconder? ¿Qué pasaría si, como el pez Picasso, me diera permiso para ser completamente libre y mostrarme tal como soy?
Si aun no tienes tu cuaderno aquí te dejo el link para que lo elijas y me des la dirección de tu casa para programar el envio!
un abrazo